miércoles, 19 de septiembre de 2012

ARTÍCULO | Factores sociales que favorecen la aparición de conductas agresivas


Vivimos en una sociedad que aplaude la dureza emocional y no da cabida a las expresiones de afecto. Hasta hace poco, la madre se encargaba de la educación emocional, mientras que el padre lo hacía de la social.

Los niños pasan mucho tiempo frente a la televisión, Internet y la videoconsola sin que los padres controlen los contenidos a los que acceden. En demasiadas ocasiones estos contenidos transmiten valores de marcado carácter violento y difíciles de modificar una vez asimilados. No hay más que ver cómo imitan los niños a los protagonistas de sus programas y videojuegos favoritos. Estos medios se convierten en canguros de nuestros hijos y en muchas ocasiones ocupan el lugar educativo que corresponde ocupar a los padres.

Recordemos además que quien contiene la afectividad del niño entre los tres y cuatro años es el adulto. Más adelante, entre los cinco y seis años, el niño ya razona, pero tiene como modelo de imitación al adulto y copia las reacciones que ve en él. Si el adulto al que imita responde a las características de los líderes de los medios audiovisuales, estamos ante líderes que muchas veces lo son por su violencia. Entonces dejan de ser válidos otros valores que intenta transmitir los padres o profesores.

Siguiendo con el papel que los medios de comunicación desempeñan en el desarrollo de los niños, se observa un fenómeno que denominaremos vagancia cognitiva y que se caracteriza por la disminución de la creatividad y la imaginación frente a la exposición constante y continuada a estímulos visuales.

Hoy existe un mensaje claro: infringir la norma se premia con la adquisición de protagonismo. Un niño puede pensar que un comportamiento violento le lleva a obtener la atención que no recibe.

La violencia gratuita se identifica con la obtención de placer. A esto se une el hecho de no valorar las graves consecuencias de determinados actos: "Era un juego", "lo hice por el subidón de adrenalina".

Los adultos nos pasamos el día corriendo y transmitimos ese ritmo hiperactivo a nuestros hijos. Los niños no tienen el mismo concepto del tiempo que nosotros: viven permanentemente en el presente. Para ellos 10 minutos pueden ser una eternidad o pasar como un suspiro. Si nos empeñamos en transmitirles prisa para todo, les educamos en la ansiedad y el estrés.

A los niños se les enseña a no soportar el aburrimiento, se les educa en la estimulación excesiva, en la búsqueda constante de nuevas sensaciones.

FUENTE | El manual de Supernanny, Ed: El Pais, 2007

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