El sueño es una función vital para el desarrollo de la vida. Contribuye a la maduración neurológica del recién nacido y del niño, así como a la reposición de la energía física y psíquica, muy importantes para el aprendizaje y la memoria. Uno de los valores principales del sueño es el de restaurar el equilibrio natural entre los centros neuronales.
Igual que ocurre con la alimentación, la falta de sueño influye decisivamente en la realización de las tareas de aprendizaje de los niños. Disminuye la concentración, la atención y la asimilación de los nuevos aprendizajes, así como su recuerdo. Si un niño no descansa de forma conveniente, no estará en condiciones óptimas para un correcto rendimiento escolar.
Para conseguir que el sueño sea un tiempo de descanso óptimo, los padres deben enseñar a sus hijos a dormir desde pequeños. Así también se reducen las probabilidades de que los niños sufran alteraciones del sueño, como el insomnio.
Junto con la alimentación, el sueño es uno de los primeros hábitos que el niño aprende, y los padres deben ayudarle en el proceso de aprendizaje. Un niño no puede dormir con sus padres hasta que decida que quiere hacerlo solo. Debe ir ganando autonomía poco a poco, y si los padres le enseñan a dormir solo desde pequeño, evitarán que el sueño se convierta en un quebradero de cabeza y una fuente de preocupaciones.
Enseñar al niño a dormir solo es enseñarle a enfrentarse a los problemas y a solucionarlos, es potenciar su confianza en sí mismo y su independencia, aspectos clave en nuestra sociedad. La forma en la que se trata al niño desde que nace influye decisivamente en su comportamiento de adulto.
Dormir bien es dormir un número de horas suficiente para afrontar el día de forma satisfactoria, sentirse descansado por la mañana, no levantarse durante el sueño, no despertarse sin causa aparente, no tener pesadillas recurrentes, etc.
FUENTE | El manual de Supernanny, Ed: El Pais, 2007
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