Poner en marcha un buen hábito de higiene no se consigue en un día; es un proceso en el que los padres han de poner todo su empeño para no abandonar. Antes de iniciar cualquier cambio es importante recordar que:
- Para aplicar un método hay que saber cómo, pero sobre todo por qué se hace.
- El hábito de la higiene se aprende a través de la repetición de una rutina.
- La higiene se pone en funcionamiento desde el nacimiento del bebé.
- Los hábitos dan seguridad, confianza e independencia al niño.
- La seguridad hace del niño un ser feliz.
Al hacer referencia a la conducta de higiene, al igual que en cualquier otra conducta humana, podemos hablar de tres áreas fundamentales que se van a ver modificadas a medida que el niño vaya adquiriendo el hábito.
- Conductual. Para ser autónomo en su aseo, el niño necesita capacidades motoras que las rutinas diarias le permiten alcanzar. Gestos como abrocharse y desabrocharse la ropa, cepillarse los dientes, enjabonarse el cuerpo o ponerse los zapatos desarrollan su capacidad psicomotora y, como consecuencia, estimulan su desarrollo. Los padres tienen que enseñarle cómo se hace y estar atentos para aumentar las dificultades cuando haya superado los aprendizajes.
- Fisiológica. El control de esfínteres implica también la maduración física del pequeño, peor hay otro punto fundamental: un niño que aprende lo desagradable que es estar sucio y desea estar limpio, querrá también mantener orden en su habitación, su material escolar, su horario y sus rutinas diarias; la higiene y el orden le proporcionarán sensación de bienestar.
- Cognitiva. Cuando el niño se ve capaz de ocuparse de sus tareas de aseo aumenta su percepción de valía, se sabe responsable y lleva a cabo conductas que desarrollan pensamientos positivos sobre su capacidad de hacer las cosas por sí mismo y de manera eficaz.
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