domingo, 27 de noviembre de 2011

Libros | La noche estrellada


En aquella época, el futuro remoto era algo indefinido, no sabía qué nombre dar a mis vanas ilusiones. Solía estar sola, deambulaba por calles interminables, y cuando se levantaba el viento me sentía como la hojarasca. Contemplaba el cielo estrellado, deseando saber si habría alguien en algún lugar del mundo encaminándose hacia mí. Era como la luz, que va de una estrella a otra. Luego apareciste tú. Y después nos separamos. Esperábamos la juventud, pero nos equivocamos el uno con el otro.
La niña que narra La noche estrellada (The Starry, Starry Night, 2009) nos convence de que un buen recuerdo es una medicina inmejorable.
¿Sólo eso? No. Además de la nostalgia –imposible no añorar la casa de los abuelos en la montaña–, ella emplea otros sentimientos para afrontar una existencia fría, marcada por la mínima empatía de sus padres.
Con una inventiva desbocada, la niña entra en el mundo de la imaginación cada vez que dobla la esquina.
Sin embargo, ese embrujo no sería el mismo sin el apoyo imprescindible de un aliado: un vecino, un alumno nuevo que, contra su voluntad, conoce demasiado bien la soledad y el rechazo.
Juntos, se evaden del mundo real y empiezan a perseguir lo imposible. Viajan a la cabaña de los abuelos, contemplan el discurrir de las nubes y se dejan mecer por las olas del estanque. Se hacen fuertes por medio de la ilusión. Esa excursión hacia el pasado es un momento crucial, el punto de no retorno en sus vidas.

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