Era un día de
mucho movimiento en el mercado. La gente compraba y vendía cosas y había mucha
actividad.
-Echen una mirada
a esta hermosa vaca – gritaba Dorry, el lechero-. ¿Cuánto me dan por esta
preciosa vaca?
La gente se
reunió alrededor. Muchos querían una vaca y todos podían pagarla.
-Una cabra, seis
ovejas y diez gallinas –ofreció un hombre.
-Diez sacos de
harina, ocho patos y una carreta de manzanas –dijo otro.
-Tres ternerillas
–sugirió un tercero.
Dorry pensó en
las ofertas. No necesitaba la vaca, pero sin duda tampoco necesitaba una cabra
ni patos ni terneras. Entonces, ¿qué podía hacer?
Hace mucho
tiempo, antes de que se inventara el dinero, la gente comerciaba de esta
manera. Intercambiaban mercancías. Pero pronto, como Dorry, quisieron un
sistema mejor.
Hubo que dar un
valor a las cosas, un valor que todos aceptaran. Si una vaca podía venderse por
diez piezas de oro, Dorry podría gastar su oro libremente en las cosas que
necesitara de verdad.
Tanto el oro como
la plata eran valiosos. Por ello, con pequeños círculos de metal, se moldearon,
o acuñaron, monedas. Para identificarlas se les estampó su valor, y a veces, la
efigie del dirigente del país.
En casi todo el
mundo se acuña moneda. En las casas de la moneda se estampan hojas de metal
mediante troqueles especiales. A veces se acuñan monedas de oro para conmemorar
eventos especiales.
Las monedas de
poco valor se hacen de una mezcla de cobre y otros metales.
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